martes, 24 de abril de 2012

Sueños de verano, capítulo nueve

Tras llegar al hospital, la mañana  transcurrió como transcurren los días de oscuridad y muerte. El desasosiego sembraba los corazones de todos los que rodeaban a Rodrigo en el hospital, y el muchacho, en su titánica lucha contra el horror de las sombras, contemplaba la palidez de Juan Pablo con el suspiro en sus labios y el corazón en un puño. Sentía la presencia de los espectros que la noche anterior atormentaron su sueño, con sus capuchas negras y sus manos de frío acero. ¿O era quizás la sombra siempre presente de la muerte la que acompañaba aquel cortejo casi fúnebre?

Rodrigo necesitaba salir de allí, alejarse de aquel lugar donde olía demasiado a medicamentos y donde la muerte tenía demasiados sicarios. Pero se sentía obligado a quedarse, a velar por su amigo moribundo, aunque su presencia pasase desapercibida entre aquella marabunta de familiares que acudían a preocuparse por su desdichado amigo. "Sin duda es un muchacho querido por todos" pensaba Rodrigo, evocando en su mente buenos momentos junto a él y haciendo que sus ojos se llenasen de lágrimas.

Finalmente Rodrigo decidió salir del hospital para tomar un poco de aire fresco. En la puerta, para su sorpresa, estaba Ernesto. Su amplia espalda estaba apoyada sobre la pared del hospital y tenía un cigarrillo entre sus grandes dedos. No se percató de la presencia del muchacho hasta que este se hubo acercado.

- Hola Rodrigo. ¿Te encuentras bien? Tienes mal aspecto muchacho.
- No he dormido demasiado bien esta noche, ¿cómo está Daniela?
- Esta mañana estaba un poco mejor, aunque por su bien he decidido que no venga. Su madre tampoco va a venir, se ha quedado para cuidarla. ¿Qué haces aquí fuera?
- El ambiente pesado del hospital me agobia. Necesitaba aire fresco.
- Eres como yo entonces muchacho, nunca me han gustado los hospitales -dijo Ernesto mirando al frente, pensativo-.
- Después iré a ver a Daniela, si le place.
- Por supuesto, le vendrá bien hablar con alguien.

Rodrigo continuó hablando por un tiempo con Ernesto. Pese a que en un principio le había dado un poco de miedo, y siempre le había infundido un enorme respeto, aquel hombre era realmente amable con él, además de un buen medio para entretenerse en aquel lugar donde el silencio era un tormento constante. Así libraba Rodrigo a su mente de pensar, de seguir dándole vueltas a un sueño sin explicación aparente y que lo desquiciaba por momentos.

- ¿Qué tal llevas ese arañazo que tienes en la mejilla?- dijo de repente Ernesto mientras a Rodrigo se le helaba la sangre-.
-¿Qué....qué arañazo?-dijo Rodrigo haciendo como el que no sabía de lo que le hablaba-.
- El que te hiciste ayer al coger a Daniela para sacarla de la habitación de mi sobrino. Te lo haría con un pendiente al cogerla, supongo. Ayer te sangró un poco, pero estaba tan preocupado por ella que no me preocupé por ti. ¿No te habías dado cuenta?
- No -mintió Rodrigo, sintiendo como las cargas que lo atormentaban desaparecían- Me lo miraré cuando llegue a casa. Gracias por preocuparte Ernesto, gracias de verdad.
- No es para tanto muchacho
- Gracias de todas formas -"sí que lo es Ernesto", pensó Rodrigo, "tu preocupación o, simplemente, tu cortesía han hecho que aleje de mi mente la locura que había desatado en mi interior aquel sueño tan real que incluso pude llegar a pensar que podía haberme arañado la piel. Gracias de corazón, Ernesto".

La conversación concluyó al rato, cuando Rodrigo sintió que debía de volver al interior del hospital a buscar a su madre y Ernesto se acabó su último cigarrillo. Entraron ambos en el hospital, ya callados, y se separaron en la sala de espera; Rodrigo permaneció en ella ya que allí se encontraba su madre, mientras que Ernesto se dirigió a la habitación que le habían asignado a Juan Pablo. En el momento justo de separarse se despidieron hasta la tarde, cuando Rodrigo iría a visitar a Daniela.

Tras esto, Rodrigo se dirigió hacia un taxi con su madre. El camino de vuelta a su casa fue tranquilo, la conversación con Ernesto había tranquilizado el ánimo del muchacho, había alejado de su mente malos pensamientos. Al llegar a su casa Rodrigo se dirigió directamente a su cuarto y se echó sobre la cama, con la intención de dormir, sin recordar siquiera a las sombras. Si lo hubiese hecho, el miedo a volver a encontrárselas en los misteriosos brazos de Morfeo le habría impedido dormir. Sus ojos se cerraron deprisa, y la dulce inconsciencia del sueño lo atrapó de inmediato.

Una luna majestuosa brillaba en el cielo. Caminaba por un camino de tierra que discurría por mitad de un denso bosque. Las hojas de los arboles se mecían y crujían, oía el aullido de los lobos a lo lejos. La brisa de la noche era fresca, olía a asfalto y medicamentos. El sendero del bosque acababa en un claro que el muchacho podía distinguir a lo lejos. Notó como su mano agarraba algo mientras su mirada buscaba identificar que era. Se trataba de una mano suave y delicada, unida a un brazo grácil que terminaba en un hombro estrecho. Cuando se atrevió a mirar el rostro de su acompañante la mirada dulce de Daniela lo recibió con la alegría perdida de la dicha incompleta de aquella noche de idílico comienzo y trágico desenlace. Sus ojos eran cálidos y vivos, su sonrisa sincera y apacible, el viento mecía sus cabellos delicadamente sobre su tersa piel, era la muchacha más hermosa del mundo en aquel instante.

Continuaron caminando por el sendero, cogidos de la mano. Al llegar al final, el bosque dejó paso a un valle cubierto por una densa niebla que, sin embargo, permitía ver algunas formas del terreno. Era una niebla irregular, densa en algunas partes, pero dejando claros en otros lugares. En uno de esos claros el muchacho distinguió una escena que le era conocida: tres sombras rodeaban a un muchacho joven. Rodrigo se reconoció en la distancia y comenzó a sentir escalofríos por la espalda. La voz de Daniela lo sacó de su congoja.

-¿Qué te ocurre Rodrigo?
- Tu....estas aquí, pero....pero también estas allí. Aquí eres dulce y tu mirada me llena de gozo, aquí eres el imposible que deseé, el hermoso sueño que quiero que sea eternamente real; pero allí, allí eres una sombra que hunde mi espíritu, que desgarra mis sueños y destroza mis fantasías. Allí eres todo lo contrario a lo que aquí eres. ¿Cual es real, mi querida Daniela?
- Ninguna de las dos somos reales, y, sin embargo, las dos podemos serlo. En tu mano está que sea la suerte de tus días o el tormento de tus noches.
-¿Qué debo de hacer para que todo salga bien?
- Eso es algo que no puedo decirte, pues no puedo revelar aquello que desconozco. En tu fuerza o en tu flaqueza, en tu valor o en tu temor, en como decidas ser, en tu elección, hallarás la respuesta. Será lo que elijas que sea, solo debes procurar que tus decisiones sean las correctas -dijo Daniela con una sonrisa en sus labios- Y ahora, despierta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario