miércoles, 21 de marzo de 2012

Sueños de verano, capítulo ocho

Las tinieblas caían sobre la extensa llanura cubierta por la neblina. A su alrededor no había nada más que niebla y oscuridad; solo se escuchaba el espectral sonido de las hojas del distante bosque al mecerse y el aullido de los lobos a lo lejos. Sus pelos eran agitados por un viento que olía a asfalto y gasolina. Sentía miedo, pues  le rodeaba lo desconocido y cualquier sonido lo inquietaba. A su alrededor comenzaron a agitarse unas sombras confusas, espectros errantes de la medianoche, que arrastraban hojas secas y murmuraban entre ellas, sin que el muchacho pudiese entender qué decían.

De repente las sombras pararon y se materializaron en tres espectros de los que no podía distinguir sus rostros, pues estaban tapados por una capucha negra. El murmullo que habían traído consigo no cesaba, pero ahora se percibía claramente que no era fruto de una espantosa conversación entre ellos, sino que todos los murmullos venían de uno solo de esos terroríficos seres. Eran llantos desconsolados, gritos de dolor y miedo, grandes estruendos metálicos y sonidos de ambulancias. Las piernas del muchacho se movieron solas hacía el sonido y hacía el espectro del que manaba. El miedo recorría su cuerpo desde el estómago a la nuca, poniéndole los vellos de punta. Sus piernas se detuvieron a un metro del espectro, y pudo comprobar que llevaba una túnica negra que arrastraba por la mojada tierra de aquella pradera maldita. Pese a esto, daba la sensación de que flotaba.

El espectro levantó uno de sus brazos, dejando entrever entre los pliegues de la manga una mano fina y delicada que le acarició el rostro. Fue una caricia helada que le causó una gran congoja. El brazo del muchacho se levantó lentamente sin que este pudiese controlarlo, y su mano se tocó la mejilla donde había recibido la caricia. Al hacerlo notó un escozor profundo y al mirarse la mano, esta estaba cubierta de sangre. Horrorizado miró al espectro, que había vuelto a ocultar la mano entre los pliegues de la túnica. Del hueco negro de la capucha, donde debía de haber un rostro que el muchacho temía contemplar, comenzó a salir un fuerte viento frío.

 La túnica del espectro se levantó de súbito, pero no descubrió sus piernas, sino un cuerpo echado en tierra completamente desnudo, mientras que la fantasmagórica figura seguía levitando. Se trataba de un cuerpo lleno de cortes y moratones, y terriblemente pálido. El muchacho se agachó para intentar vislumbrar su rostro. Cuando estaba a escasos centímetros de la cabeza, esta comenzó a girarse lentamente, descubriendo un rostro hermoso pero terriblemente pálido, con unos ojos fríos y apagados carentes de vida. El muchacho dio un salto y se puso de pie del impulso, sin aliento y con la sangre helada, presa de un profundo terror, pues, aparte de la tétrica estampa, aquel rostro le resultaba conocido. Era el rostro de Juan Pablo.

El muchacho miró horrorizado al espectro encapuchado, del cual salía un murmullo en el que distinguía las voces de los padres de Juan Pablo, de sus familiares y amigos, destacando por encima de todas la de Ernesto. Todas las voces decían las mismas palabras, aunque estuviesen entremezcladas "Rodrigo tiene la culpa". Súbitamente el espectro se quitó la capucha y descubrió el rostro de Daniela cargado de odio, pálido y siniestro, deformado por el dolor. Su voz sonó alta y clara en los oídos del muchacho: "Rodrigo tiene la culpa", dijo mientras lo señalaba con su mano fina y delicada. Una voz desconocida sonó dentro de su cabeza: "huye".

Rodrigo se despertó empapado de sudor cuando los primeros rayos del alba comenzaban a anunciar el amanecer. Notaba como todo su cuerpo le pesaba, y como su corazón latía violentamente, acongojado aun por aquella espantosa pesadilla. Se incorporó con dificultad y decidió darse una ducha para arrancar de su piel aquel sudor frío que la dejaba pegajosa. En su cabeza un fuerte y agudo pinchazo le impedía pensar con claridad. En el baño, delante del espejo, comprobó que su aspecto era verdaderamente lamentable. No obstante, no era de extrañar, su escaso sueño había sido turbado por aquella extraña pesadilla. Mientras se duchaba no pudo dejar de pensar en aquella visión tan misteriosa.

Cuando terminó la ducha decidió tomarse un café y una pastilla para el dolor de cabeza. Sus padres se encontraban en ese momento desayunando y aprovechó para contarles lo acontecido. Ambos se sintieron profundamente turbados por aquella noticia. La madre de Rodrigo le propuso acompañarlo al hospital esa misma mañana, mientras que su padre no tuvo más alternativa que aceptar esperar al fin de semana, cuando sus obligaciones laborales no le reclamasen. Rodrigo aceptó, pues su madre sería un gran apoyo tanto para él como para la madre de Juan Pablo.

Mientras su madre se vestía, Rodrigo no podía parar de pensar en la pesadilla. ¿Qué significaba? Dudaba incluso de si había sido una pesadilla o no, pues recordaba nítidamente hasta el más mínimo detalle, desde el sonido de las hojas mecidas por el viento hasta el escozor que experimentó en la cara al tocarle el espectro. Al recordar esto no pudo evitar llevarse la mano a la mejilla para rememorar lo acontecido en el sueño. Un penetrante dolor acudió a su mejilla cuando su mano la rozó mientras un escalofrío le recorría la espalda.

Corrió hacia el espejo que tenía en el salón y contempló su rostro de cerca con el corazón encogido. La mejilla derecha de su cara mostraba un arañazo superficial, apenas visible si no se le miraba de cerca. Un terror como no había experimentado nunca estalló en su estómago y se apoderó de cada músculo de su cuerpo mientras cada vello de su piel se erizaba. Tan sumido en aquel terror estaba, que ni siquiera vio en el reflejo del espejo que su madre se acercaba por detrás. Al tocarle el hombro para avisarle de que ya podían salir, Rodrigo aulló de terror y estuvo a un paso de desmayarse.

El tremendo susto que le dio a su madre pasó desapercibido cuando esta comprobó que su hijo estaba turbado y en un estado lamentable. Al mirarle de frente, pudo comprobar cómo su rostro estaba pálido y sudoroso, surcado por unas profundas ojeras y con la mirada inquieta y asustada.

-Rodrigo, cariño, siéntate y tranquilízate, ¿quieres algo? -le dijo su madre preocupada-.
-La culpa es mía mama, de lo de Juan Pablo, de lo de Daniela, de todo. Yo soy el responsable -dijo Rodrigo con la mirada perdida-.
-No tienes la culpa de nada, Rodri, son cosas que pasan, hay que ser fuertes y rezar. Seguro que todo sale bien -dijo ella abrazándole-.

Entre los brazos de su madre, cual niño pequeño, se sintió protegido y consiguió tranquilizarse, aunque esperase que en cualquier momento los aullidos de los lobos sonasen de nuevo en sus oídos o que la niebla turbase su vista y su espíritu. Si bien el abrazo no alejó el miedo a un sueño con demasiados tintes de realidad, al menos palió un poco su temor y le sirvió para afrontar lo que quiera que fuese aquello. Tras consolarse un poco más con el abrazo de su madre, se levantó y enfiló sus pasos hacia la puerta, resuelto a hacer frente a lo que le deparase tras ella, cubriendo el dolor y el temor con una ligera capa de falso valor que, al menos, daba fuerzas a su corazón. "Si los espectros del dolor han de venir a atormentarme con el recuerdo de la desdicha que me encuentren con la mirada altiva y la resolución de combatirlos", pensaba mientras cruzaba la puerta. Lejos quedaba en su memoria la única voz que en el sueño lo había ayudado, con su cobarde aunque sensato consejo.

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2 comentarios:

  1. ¡Genial! El relato de la pesadilla es sencillamente, genial. Me ha gustado, realmente, este capítulo. Muy bien recreadas las visiones y, sobre todo, las sensaciones.

    Un saludo.

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